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Kintsugi, el origen etiomológico de la palabra significa “Kin” oro, y “Tsugi” unir o juntar. Esta afamada técnica se remonta al siglo XV en Japón, que durante este periodo se encontraba muy influenciado por el budismo Zen, una filosofía que apuesta por encontrar la belleza en la simplificad y la imperfección.
Este arte japonés de arreglar obras de cerámica con barniz espolvoreado o mezclado con polvo de oro, plata o platino, forma parte de una filosofía que plantea que las roturas y reparaciones forman parte de la historia de un objeto y deben mostrarse en lugar de ocultarse, incorporarse y además hacerlo para embellecer el objeto, poniendo de manifiesto su transformación e historia.
El Kintsugi consiste en transformar una cicatriz en una joya. No es de sorprendernos que el Kintsugi esté asociado a una forma de ver la vida.
Saber valorar lo que se rompe en nosotros nos aporta serenidad.
Apreciémonos como somos: rotos y nuevos, únicos, irreemplazables, en permanente cambio.